Hay más de mi en un mundo encerrado.

Pues, yo te escribiré; yo te haré llorar. Mi boca besará toda la ternura de tu acuario.

sábado, 8 de mayo de 2021

Soledad

 "Qué raro que seas tú quién me acompañe, soledad, a mi que nunca supe bien cómo estar solo", dije Jorge Drexler en una de sus canciones y pienso... pienso mucho en esto de estar sola, y pienso también que no sé, al igual que él, a estarlo.

El estar sola por falta de compañía puede ser una de las pobres interpretaciones que se pueden derivar de esta frase. Alguien una vez me preguntó "¿Qué tipo de compañía necesitás?", como si eso pudiera saberse, o en todo caso, como si eso pudiese solucionarse yendo a comprar a un kiosco un kilo de compañía (¿o se venderá en litros?).

No es el hecho de estar un rato o un par de horas sola en mi casa. Mi gatas me hacen la compañía necesaria como para pensar que convivo en comunidad. Es un poco más allá de eso, o quizás será más oportuno decir que es un poco más adentro de eso. Sí, más adentro, más profundo, hay que buscar un poquito más.

No quiero caer en victimizaciones mentirosas. No quiero tampoco sacar todo lo que tengo. Tal vez tengo miedo de saber realmente qué me sucede y me es más fácil encontrar culpables afuera. Afuera de mi. El otro. Los otros. Los que pueden hacerme algo.

Es raro esto de volver a escribir. Es raro poner en palabras nuevamente lo que me sucede solo para que no me maten. Es la necesidad de sentirme un poco menos mal. Un poco más vacía. No, vacía no. Un poco menos cargada. Eso es.

Es que realmente siento, en lo profundo de mi, una especie de bola pesada llena de cosas espantosas. No sé en qué parte del cuerpo está, pero está. Es el pecho el lugar elegido muchas veces, para sentirme ahogada, hundida en mi propia mierda, tratando de salir y al mismo tiempo regocijándome porque sabía que eso me iba a pasar. Es como una especie de satisfacción que me repite al oído "y sí, si otra cosa a vos no te puede pasar. ¿Te sorprende?".

No, mi vida no es una mierda como ustedes están creyendo al leer esto. "Pobre piba, no debe pegar una". No, al contrario, tengo una vida excelente. Es más, tengo una vida bastante envidiable. Pensar que con la edad que tengo pude construir un montón de cosas propias y al rededor mío me da también satisfacción. Pero no me llena.

Mi psicólogo me dice "eso afirma que aunque tengas millones de cosas materiales, la alegría se tiene que construir igual". Y sí, señor, eso intento, pero necesito de su ayuda por eso lo veo. Pero me cuesta tanto. Todo me cuesta tanto. Siento la cabeza trabada en segunda cuando tendría que estar ya en tercera o cuarta.

Va voy a poder seguir. Voy a poder. ¿Voy a poder?

miércoles, 3 de febrero de 2021

 Quizás el estar sola para poder escribir sea algo crítico. Quizás volver a estar sola - o al menos sentir soledad- es una situación permanente. De por vida. Para siempre. Para nunca más.

Quizás el escribir de noche porque pesan los ojos y los hombros también sea una vía de escape. De qué escapamos? Solo la cabeza lo sabe. 

No me animo siquiera a leer entradas anteriores, ni la última ni la primera en este blog. Un poco por miedo a no haber cambiado, avanzado, progresado, mejorado, y otras palabras que encuentro hoy similares. Otro poco por vergüenza: conmigo, con los demás, con todo. La máscara del anonimato me sirve una vez más para poder sacarme un poquito la caca que tengo adentro.

Mi vida no es una mierda de todas formas. No soy una depresiva. No tengo ganas de matarme ni de morirme, que son cosas bien distintas.

Solo es mi cabeza.

Solo.

Mi cabeza.

Sola

y mi cabeza.

Así será por siempre. Y no sé por qué le tengo miedo a eso. Por qué me refugio o intento hacerlo en alguien más. Que me ayude, aunque sepa poco de mi. Que me rescate de no sé dónde, si no estoy atrapada. 

Esta sensación de estar perdiendo constantemente algún día se va a tener que esfumar o transformar en otra cosa. Algo que me sirva... qué bueno estaría. 

Por ahora, y como hace mucho tiempo, sigo refugiándome en las palabras que solas salen de esta cabeza retorcida para liberarme un poquito, al menos un poquito, de mi.

jueves, 12 de enero de 2017

Otra noche de insomnio, y van...
una vez me dijo que escribir ayuda a ordenar los pensamientos. mas bien creo que no se refería a los pensamientos relacionados al corazón, sino los de su campo. sin embargo, apropiándome de esa idea que ya era mía desde mi infancia, sigo tomando a la escritura como la única que pueda llegar a hacer dormir... en este caso.

Mi independencia es casi sinónimo a soledad. Pero en realidad es solo la luz que la ilumina en el medio del escenario mientras la oscuridad no nos deja ver el resto. Ahí está, ella y yo, solas en el mundo.

A veces creo que estoy predestinada a seguir varios años mas llorando por los rincones por sentirme tan sola, tan vacía, tan... eso que una siente en estos momentos. Luego, analizando bien la situación, me llego a dar cuenta que la soledad también es una decisión. Y justo ahí es cuando me odio más.

De todas maneras, ¿qué otra puedo hacer?

La madrugada me invita a acompañarla. Me tome la cerveza y el helado, me comí un par de chocolates de la heladera y aun estoy peleando con los ojos cansados pero no resignados a cerrarse por un par de horas. ¿Tanto les cuesta?

Ordenar los pensamientos,  A eso iba,

Estem,,,,

Para ordenar los pensamientos primero tengo que enumerarlos. Sin embargo, cuando busco qué es lo que puede atormentarme a tal punto de no dejarme dormir, no se me ocurre más que su nombre. Maldito nombre.

Y eso ya me quita las ganas de escribir.

Quiero empezar por lo básico, que eso justamente es lo que estoy siendo yo: mina básica.

Siempre detesté las actitudes a las que -gracias sociedad patriarcal- denominaba "de minita": celos infundados, histeria por demás, persecución innecesaria para encontrar cosas que una no quiere saber. Y así soy ahora.
Si bien siempre me costó cerrar algunas cosas, o fui de lágrima fácil cuando llegaban a tocar mi helado corazón, esto es algo que arrastro hace años -siempre de maneras distintas- como una cruz enorme que no me deja avanzar. No soy la hija de Dios que, con la intención de salvar a todos, carga la cruz mientras lo miran y algunos sufren y otros disfrutan. En mi caso soy una pobre mina, enamorada hasta la médula, que fue eligiéndose el tipo de madera que iba a cargar, el ancho de esta, le agregó un par de cositas y salió al trote. A mi alrededor no hay nadie sufriendo mi dolor; al contrario, todos sospechan el por qué de esa carga y se ríen, gozan y se regocijan pensando "y sí... era tan obvio".

Y no. Nunca fui obvia. Siempre fui una buena piba que ocultaba absolutamente todo lo que sentía y a veces lo que pensaba. A cara de piedra o mejor dicho de pocker, me bancaba todo lo que me dijeran de mi, de aquel y de el que me afectara.

Sin embargo, con el paso del tiempo las cartas se van poniendo feas, rotas y muchas veces ilegibles. Entonces mi cara de pocker ya no era tan creíble.

Me cansé. Siempre tengo que llegar a tope para poder decir algo. Mastico, mastico, mastico y luego escupo. Estoy llena.

Y ahí, justo ahí, en el momento en el que me decido hablar pensando que todo es una obviedad pero que tengo que expresarlo para conseguir una respuesta, cualquiera sea esta, resulta que fui muy eficaz en mi disfraz.

"O estás loca o pasaste todo el año guardándote esto". Hello! qué tan poco me conocés? claro que lo correcto son las dos cosas. Estoy loca, o me volvió loca, y paso ya varios años ocultando todo.

"vos no podés seguir así, tenes que decirle a todo el mundo". Y no. Al principio me escudaba con que era mejor no decir nada para cuidarlo a él. Después me di cuenta que era por mi que no lo digo. No quiero ser una minuta más del montón. No quiero ser un numero más en la lista que todos los muchachos arman orgullosos. Yo quiero ser especial, quiero ser única, quiero... y no puedo, no lo consigo, no lo soy.

Intente de varias formas que me dijera algo. Pidiéndole ayuda, bajándome el autoestima para que el me contradiga, haciéndome la loca que deja todo... y sin embargo nada. De todas maneras ya no sé si creo en sus palabras... por lo menos no en las sentimentales. No creo ser alguien especial en su vida ni que el no quiera convertirme en un recuerdo. No creo que me quiera como yo el. No creo que me piense al menos cinco veces al día, o tres, o una.

Estoy. Eso si lo sabe. Y voy a estar... eso lo sabemos ambos. Entonces, ya con eso, el afloja. "es una cuestión de tiempo" dice él que no piensa en los años bancándome el insomnio. "hay que desensillar hasta que aclare", y tantas otras cosas mas... y sin embargo lo veo ahí, provocando, siempre provocando a todas. Y me entero. Soy como mi gran verduga. Sonrío mientras me entero de cosas horribles que me hacen mal al corazón,

Insoportable. Esto, mi estado, mi insomnio, la noche y la tele que no me ayuda.

Ya ni siquiera me gasto en escribir una entrada con sentido o en resaltar frases o palabras. 

No creo haber ordenado mis pensamientos, fue mas bien una catarsis o un vomito de algo de lo que llevo dentro.

Necesito dormir. Trataré nuevamente.

domingo, 1 de enero de 2017

Estoy loca o soy débil.

Soy impulsiva o estoy enamorada.

Siempre odié las actitudes con histeria, capricho y enojo sin sentido. Siempre me molestaron los reclamos desde ningún lugar legítimo.

Odio los planteos. Odio los celos. Odio las escenitas histéricas. Y yo no soy así.

O no lo era.

No sé por qué me salen los reproches a los labios cuando sé muy profundamente que no tengo derecho a hacerlos.

Me siento loca. Me siento enferma. Me siento indecisa. Me siento atada a algo interminable.

El problema soy yo que quiero ser especial. El problema soy yo que quiero ser única. Y no lo soy; ni especial ni única. Una más.

Si tan solo saliera una palabra de su boca para aclararme las cosas. No importa ya de qué forma, no importan las palabras que elija... solo que hable.

Ya no quiero estar acá, siempre esperando que me lastime. Siempre esperando el momento para cagarla y cagarme.

Le tengo miedo.

Otra cosa no se me ocurre. Si no es miedo a que me destruya en cualquier momento, qué es?

Nunca voy a tener su abrazo en cada mañana, ni el mensaje de buenas noches porque ya tampoco creo en ellos. Ni en él.

Si todo fuera fácil... si pudiera ver las cosas con sus ojos... si pudiera tener su cosmovisión... ay, qué infeliz dejaría de ser.

jueves, 28 de enero de 2016

Estoy condenada a vos. Así lo quiera o no, es mi condena.
No me digan que es fácil decir chau y alejarse; no me recuerden lo lejos que debería estar. No puedo.

miércoles, 27 de enero de 2016

"Aceptamos el amor que creemos merecer", escuché alguna vez en alguna película perdida por Netflix y me la tatué en la mente. "¿Será cierto?", me pregunté y dos millones de imágenes tuyas matándome y haciéndome vivir me vinieron a la mente.

Cuando tenía aproximadamente once años, solo once años, ya tenía mi vida planificada: me cambiaría en la secundaria para seguir la modalidad que me gustase, posteriormente estudiaría la Licenciatura en Psicología, abriría mi propio consultorio, viviría de las historias de mis pacientes y me ocuparía de construir una familia grande, hermosa y llena de amor; a mis treinta con mi propio hogar conformado, quizás estudiaría otra carrera para no dejar que mi mente se reduzca a un solo campo y que siga ejercitándose... total, a mi siempre me gustó estudiar, según todos.

Como la mayoría de las cosas en la vida, lo planificado no siempre sale tan bien. Si bien al principio me hice caso y me cambié de colegio no solo por la modalidad (que realmente en ese momento no sabía muy bien de qué se trataba pero me contentaba con saber que se alejaba de Economía) sino también por el hermoso uniforme que debía utilizar, mi proyecto de vida armoniosa se fue desfigurando poco a poco. En mi último año de secundaria ya había cambiado el plan de estudios posterior a mi egreso, y postergué el sueño de la psicóloga con consultorio propio por la docente de Prácticas del Lenguaje y Literatura. ¿Qué me pasó para realizar semejante cambio? Ni idea. Un poco de inspiración de mi profesora de secundaria que me envolvió en la magia de la literatura y un poco de autoconvencimiento de ascenso social más rápido que el largo camino de la Universidad de Buenos Aires. De esa manera, por ese entonces, mi plan se había modificado de esta forma: terminaba el colegio, comenzaba el profesorado de Lengua y Literatura y a las dos años aproximadamente, con el 50% de la carrera acreditado (¡qué ilusa, por dios!) comenzaría a trabajar de lo que estaba estudiando; terminaba la carrera al pie de la letra a los cuatro años de cursada (podía extenderme un poco con el tema de los finales) y ejercía unos cinco, siete o quizás diez años la docencia. ¿Listo? No, no. Ahí no terminaba. Mientras agarraba un par de horas en el Estado, intentando cambiar el mundo desde el curso, otras horitas en el privado para tener un ingreso fijo por mes (no es que dudaba de la gobernación de la provincia, pero...), de paso iba metiendo una que otra materia en la UBA. Perfecto. Así era mi plan. Mi familia me aplaudía, mis amigos me felicitaban, mis profesores me decían que iba a poder.

Otra vez el plan tuvo que cambiar. Si bien sé que no todo tiene que ser tajantemente planificado (ya había hecho una publicación en este blog hace ya tanto tiempo respecto a ese tema), aaaaalgo de todo lo que quería hacer tenía que tener un orden, por lo menos una línea general a la que seguir. De esta forma, me metí en el profesorado creyendo que en dos añitos estaría dentro del aula ayudando a crear conocimiento. Tuve un primer año bastante bueno en el que las notas reflejaban a la niña nerd que siempre fui en mi etapa escolar. y el método de estudio aún no cambiaba, seguía intacto: como mi casa es grande, caben muchas personas en ella; como mi madre no nos suelta, todos los hermanos (que somos muchos) vivimos juntos. ¿Cómo hacer para estudiar en una casa de locos? Con dieciocho años la solución era trasnochar con un café y los apuntes haciendo mis resúmenes para cada parcial. Todo bien, todo ok, todo funcionó. En ese momento.

Cursé los dos primeros años y seguía todo bien, aunque ya el método de estudio no me estaba sirviendo, aunque ya las notas no eran las mismas, aunque ya los profesores eran más pesados y menos pedagógicos. Me hice la macha y continué, pero me estanqué en un par de finales... ¿a quién no le pasa?. Aterricé en mi tercer año y ya las noches no me rendían (o yo no rendía de noche). Los mismos finales estancados, las ganas ya desgastadas y las mil cosas para hacer constantemente. ¿Qué había pasado en estos años que había cambiado tanto mis planes? Ya la Licenciatura se veía lejos, lejos, lejos. Ni finalizadas las cursadas del tercer año conseguía el 50% de la carrera prometido. Eso sí, trabajé dentro de los cursos y me sentí útil.. un par de veces, por lo menos.

Este año comienzo las cursadas de mi último año, y no sé qué expectativas debo tener. No sé que tan bien me va a ir; no sé si llegaré a dar las materias atascadas; no sé si podré estudiar de día, de noche; no sé nada... y eso tampoco era parte del plan.

Sin embargo, hay una explicación para cada cambio, o por lo menos para la línea general que sigue mi vida. Hay algo que todavía no conté en este resumen tan pequeño y reducido de mi vida académica. Sé qué es eso que me hizo cambiar el orden de mis prioridades poco a poco. Sé qué es lo que me hizo reestructurarme: el amor.

En el 2012 encontré -o más bien descubrí- diferentes formas del amor que nunca antes creía que iba a ver, que iba a sentir, que iba a predicar. Me enamoré de un hombre y de una forma de vida. Del primero puedo arrepentirme millones de veces (de hecho, de vez en cuando lo hago), pero la segunda se la debo a él también. Si tan solo hubiésemos corregido un par de detalles a tiempo, si nos hubiésemos dicho determinadas cosas que hasta el día de hoy callamos, si hubiésemos sido un poco más sentimentales y no tan fríos entre nosotros. Si tan solo... esos detalles.. tan solos.

La forma de vida, prácticamente es entregar la vida a los otros. Y en eso no hay maldad, no hay codicia, no hay malas intenciones.Solamente cambiar el mundo, que no es locura ni utopía, sino justicia, diría nuestro querido Quijote.

Y así sufra, así llore, me enrosque, me sienta mal, la línea general me lleva a entregarme todos los días un poquito más.

martes, 4 de marzo de 2014

 El problema es que creemos más en las palabras que en los hechos. Si una persona no nos dice que nos quiere es porque no lo siente, ni más ni menos que eso. Pero.. ¿si lo demuestra? ¿Cómo sabemos, cómo podemos estar seguros de que nos está demostrando que nos quiere?
 Siempre distinguí los niveles de cariño, hasta le firme un "Te aprecio" en un cuaderno a un compañero de secundaria; jamás simpaticé con los te quieros fáciles, siempre me llevaron más tiempo. Pero los digo. Abro la boca y le digo a la persona que la quiero -y hasta quizás mucho.
 Siento que es necesario expresarlo por más que uno sea atento, cariñoso, y tenga mil maneras propias de demostrar interés por la otra persona.
 Quiero que me digas que me querés; no importa si mucho o poco, solo que me querés. Quiero retenerte en mi memoria diciéndome esa frase, no importa si estás mintiendo. Haceme feliz: mirame y decime que me querés, no importa que me estés golpeando con las manos, maldiciendo con la mente, aun hoy creo en el poder de la palabra.

jueves, 3 de octubre de 2013

La casa nueva era linda, mucho más lujosa que la anterior. Tenía pisos de madera bien brillosa, de ese brillo que casi lo encandila a uno sin dejarlo ver. Me gustaban los espejos que decoraban algunas paredes, como la del comedor principal, ese bien grande donde mamá dijo que vamos a comer cuando tengamos visitas porque "sabés cómo es, le encanta rodearse de gente pacata y soberbia*, ya lo vas a entender cuando te desenvuelva esa misantropía* tan tuya".  Había muebles por todos lados, en cada sala, en cada rincón. Mamá también me dijo que tendría una habitación para mí si me animaba a dormir sola. Por supuesto que acepté, aunque un poco de miedo todavía guardaba.
 La primera cena fue estupenda; usamos el comedor grande porque vinieron los tíos del campo a conocer la casa y al nuevo esposo de mamá. El tío Héctor trajo helado de vainilla y frutilla, como sabe que me gusta, y luego del postre se fueron. Era la primera noche en la casa nueva como la familia nueva que éramos.
 Mi habitación estaba casi al terminar el primer pasillo, y digo primer porque habían varios. Desde la escalera se podían ver solo dos: el primero con mi habitación y la de mamá más un baño, y el segundo con otras salas que no me atreví a conocer, porque al final, cuando el pasillo se bifurcaba*, la oscuridad era tal que parecía que un manto negro estaba colgado de rincón a rincón.
 Cuando mamá me mandó a dormir, después de lavarme los dientes, me hice la macha y no protesté. Era mi primera noche sola y mi corazón asustado lo sabía, y lo sabía tanto que sus latidos hacían que pudiera notarlos hasta por encima de las sábanas. Al principio pensaba en cosas lindas, como cuando fuimos al campo en el verano y jugamos con el primo Leo en el abrevadero* del fondo, o como cuando fuimos a comprar el helado de frutilla con Camila y se lo comió el perro. Me quería reír, pero pensé que iban a escucharme y me tapé la boca. Tenía la mano fría, como la de un muerto. Y ahí, al acordarme del frío de los cadáveres es que me volvió el miedo. No podía concentrarme en el recuerdo del abrevadero y ni siquiera en el gusto del helado. Mi corazón nuevamente quería salirse de mi pecho, mis manos sudaban asquerosamente y yo no sabía qué hacer. Si gritaba, me iban a retar; si llamaba a mamá, me iba a quitar la habitación que ahora era mía. Pero si ahora era mía, ¿de quién fue antes? ¿Y si la persona que dormía en esta pieza ahora está muerta? ¿Y si no quiere que nadie más se acueste en esta cama? Cerré bien fuerte los ojos convenciéndome con que sólo eran triviales* alucinaciones y pensé en el campo, en el cielo azul, en el sol que reverberaba* en las astas del molino enorme, y me dejé llevar.
 No sé en qué momento volvió el miedo, pero ya no podía evitarlo. Me tapé la cara con la sábana, pero la densidad de mi respiración me asfixiaba, así que nuevamente salí a la realidad. No podía distinguir dónde terminaba la cama, dónde estaba la puerta; jamás había visto una oscuridad tan negra. La habitación se me hizo más pequeña en ese instante, sentía que si sacaba un brazo de la cama podía tocar la pared derecha. Pero también creía que si sacaba un brazo de la cama alguien me lo arrancaría. Miré para el techo siempre pensando en el campo, en el pasto verde, como si fueran detractores* del miedo, y poco a poco empecé a distinguir sonidos. Mamá se levantó al baño, tenía que aprovechar cuando saliera para pedirle que me prenda la luz porque me sentía mal o porque quería leer o porque tenía un poco pero casi nada de miedo. Escuchaba todavía la canilla abierta, estaba esperando a que la cerrara para llamarla, pero no entendía por qué seguía cayendo agua, ¿ya salió mamá del baño? ¿Era mamá? quizás esta casa en realidad está habitada por fantasmas, quizás la familia que vivía antes está muerta pero vive por las noches: usan el baño, la cocina, caminan por los pasillos y duermen. Alguien va a querer dormir en mi cama, bah… la cama que es mía y de alguien más. Quizás viven en el segundo pasillo, y como a ellos no les anda el baño usan el nuestro. O quizás allá están los fantasmas.
 Mi pieza se seguía encogiendo cada vez que pensaba algo feo, cada vez que mi corazón estaba más decido a salir. Me parecía como si los rincones ya no existieran, sino que me había sumergido en un pozo, en un círculo interminable. Quería llorar pero me acordé que el tío Héctor una vez me explico que no hay que demostrarle a los perros que uno tiene miedo porque saben olerlo; quizás los fantasmas también huelen el miedo. Quería convencerme con que sólo eran irrisorias* minucias* que la oscuridad y el hecho de que sea mi primer noche sola me infundían*, que era normal que no me pudiera dormir en un lugar todavía ajeno.
Quería a mi mamá, extrañaba a mi papá. Quería la casa antigua, que aunque era pequeña no tenía fantasmas. Escuché más ruidos, como si estuvieran caminando en el pasillo acercándose a mi puerta. Mis latidos aumentaron y mis manos ya estaban mojadas. Era el fantasma que antes dormía en esta cama, estaba segura, iba a querer dormir y se iba a encontrar conmigo, y como a los fantasmas no les gustan los vivos me iba a matar, y yo no quería que me mate. Se escuchaban zapatos pesados, como si fuese un hombre muy grande que cada vez estaba más cerca. Me cubrí otra vez de pies a cabeza, me tapé la nariz y aguanté la respiración para que no me escuchara. Se abrió mi puerta, y yo ya estaba llorando; se acercó a mi cama, y apreté bien fuerte los ojos; se sentó al lado mío y grité bien fuerte:
 -¡Vení, mamá!
 -¡Era hora de que te levantaras!  -dijo su dulce voz-  Bajá a desayunar.


 La casa nueva era linda, mucho más lujosa que la anterior. Tenía pisos de madera bien brillosa, de ese brillo que casi lo encandila a uno sin dejarlo ver. Me gustaban los espejos que decoraban algunas paredes, como la del comedor principal, ese bien grande donde mamá dijo que vamos a comer cuando tengamos visitas porque "sabés cómo es, le encanta rodearse de gente pacata y soberbia, ya lo vas a entender cuando te desenvuelva esa misantropía tan tuya".  Había muebles por todos lados, en cada sala, en cada rincón. Mamá también me dijo que tendría una habitación para mí si me animaba a dormir sola. Por supuesto que acepté, aunque un poco de miedo todavía guardaba.
 La primera cena fue estupenda; usamos el comedor grande porque vinieron los tíos del campo a conocer la casa y al nuevo esposo de mamá. El tío Héctor trajo helado de vainilla y frutilla, como sabe que me gusta, y luego del postre se fueron. Era la primera noche en la casa nueva como la familia nueva que éramos.
 Mi habitación estaba casi al terminar el primer pasillo, y digo primer porque habían varios. Desde la escalera se podían ver solo dos: el primero con mi habitación y la de mamá más un baño, y el segundo con otras salas que no me atreví a conocer, porque al final, cuando el pasillo se bifurcaba, la oscuridad era tal que parecía que un manto negro estaba colgado de rincón a rincón.
 Cuando mamá me mandó a dormir, después de lavarme los dientes, me hice la macha y no protesté. Era mi primera noche sola y mi corazón asustado lo sabía, y lo sabía tanto que sus latidos hacían que pudiera notarlos hasta por encima de las sábanas. Al principio pensaba en cosas lindas, como cuando fuimos al campo en el verano y jugamos con el primo Leo en el abrevadero del fondo, o como cuando fuimos a comprar el helado de frutilla con Camila y se lo comió el perro. Me quería reír, pero pensé que iban a escucharme y me tapé la boca. Tenía la mano fría, como la de un muerto. Y ahí, al acordarme del frío de los cadáveres es que me volvió el miedo. No podía concentrarme en el recuerdo del abrevadero y ni siquiera en el gusto del helado. Mi corazón nuevamente quería salirse de mi pecho, mis manos sudaban asquerosamente y yo no sabía qué hacer. Si gritaba, me iban a retar; si llamaba a mamá, me iba a quitar la habitación que ahora era mía. Pero si ahora era mía, ¿de quién fue antes? ¿Y si la persona que dormía en esta pieza ahora está muerta? ¿Y si no quiere que nadie más se acueste en esta cama? Cerré bien fuerte los ojos convenciéndome con que sólo eran triviales alucinaciones y pensé en el campo, en el cielo azul, en el sol que reverberaba en las astas del molino enorme, y me dejé llevar.
 No sé en qué momento volvió el miedo, pero ya no podía evitarlo. Me tapé la cara con la sábana, pero la densidad de mi respiración me asfixiaba, así que nuevamente salí a la realidad. No podía distinguir dónde terminaba la cama, dónde estaba la puerta; jamás había visto una oscuridad tan negra. La habitación se me hizo más pequeña en ese instante, sentía que si sacaba un brazo de la cama podía tocar la pared derecha. Pero también creía que si sacaba un brazo de la cama alguien me lo arrancaría. Miré para el techo siempre pensando en el campo, en el pasto verde, como si fueran detractores del miedo, y poco a poco empecé a distinguir sonidos. Mamá se levantó al baño, tenía que aprovechar cuando saliera para pedirle que me prenda la luz porque me sentía mal o porque quería leer o porque tenía un poco pero casi nada de miedo. Escuchaba todavía la canilla abierta, estaba esperando a que la cerrara para llamarla, pero no entendía por qué seguía cayendo agua, ¿ya salió mamá del baño? ¿Era mamá? quizás esta casa en realidad está habitada por fantasmas, quizás la familia que vivía antes está muerta pero vive por las noches: usan el baño, la cocina, caminan por los pasillos y duermen. Alguien va a querer dormir en mi cama, bah… la cama que es mía y de alguien más. Quizás viven en el segundo pasillo, y como a ellos no les anda el baño usan el nuestro. O quizás allá están los fantasmas.
 Mi pieza se seguía encogiendo cada vez que pensaba algo feo, cada vez que mi corazón estaba más decido a salir. Me parecía como si los rincones ya no existieran, sino que me había sumergido en un pozo, en un círculo interminable. Quería llorar pero me acordé que el tío Héctor una vez me explico que no hay que demostrarle a los perros que uno tiene miedo porque saben olerlo; quizás los fantasmas también huelen el miedo. Quería convencerme con que sólo eran irrisorias minucias que la oscuridad y el hecho de que sea mi primer noche sola me infundían, que era normal que no me pudiera dormir en un lugar todavía ajeno.
Quería a mi mamá, extrañaba a mi papá. Quería la casa antigua, que aunque era pequeña no tenía fantasmas. Escuché más ruidos, como si estuvieran caminando en el pasillo acercándose a mi puerta. Mis latidos aumentaron y mis manos ya estaban mojadas. Era el fantasma que antes dormía en esta cama, estaba segura, iba a querer dormir y se iba a encontrar conmigo, y como a los fantasmas no les gustan los vivos me iba a matar, y yo no quería que me mate. Se escuchaban zapatos pesados, como si fuese un hombre muy grande que cada vez estaba más cerca. Me cubrí otra vez de pies a cabeza, me tapé la nariz y aguanté la respiración para que no me escuchara. Se abrió mi puerta, y yo ya estaba llorando; se acercó a mi cama, y apreté bien fuerte los ojos; se sentó al lado mío y grité bien fuerte:
 -¡Vení, mamá!
 -¡Era hora de que te levantaras!  -dijo su dulce voz-  Bajá a desayunar.

jueves, 15 de agosto de 2013

"La intrusa", desde otra mirada.

 Esta es la historia que marcó nuestras vidas; nos marcó como familia, personas y, sobre todo, hombres. Relato típico en el que hay un conflicto que parece no tener solución, conflicto generado por una mujer que apareció de la nada dispuesta a cambiarnos, a separarnos, a hacer que lleguemos a odiarnos en muchos momentos.
 Eduardo, mi hermano, solía ser callado y más paciente que muchos de la familia; juntos nos defendíamos de los demás y nos atacábamos a solas. Éramos, mas bie, amigos y hermanos, muy unidos; tanto que en un momento no solo nos unía la sangre, sino también el amor de una mujer: la Juliana.
 Juliana era una mujer atípica, muy particular, la cual pudo enredarnos a ambos en su juego de seducción, de cariño y finalmente de amor. Quise dejarla, lo juro; traté una y mil veces de olvidarla, pero todos los esfuerzos fueron en vano, no encontraba en ninguna mujer lo que en la Juliana. A Eduardo le pasa lo mismo, o eso creo. Estábamos los dos locos, endemoniados, como si nos hubiese hecho una especie de hechizo, de conjuro.
 Cuando nos dimos cuenta del mal que nos hacíamos compartiendo a la mujer, llegamos a un acuerdo: venderla. En ese entonces, Eduardo conocía a la dueña de un prostíbulo de Morón, por el camino de Las Tropas, y como no encontramos otra solución, decidimos alejarla de nosotros: si no era nuestra, no era de ninguno de los dos.
 Los días siguientes fueron eternos, extrañaba su compañía, su olor, su sonrisa... la extrañaba a ella. Finalmente decidí ir a verla, escondido; sin decirle nada a nadie me fui a Morón para reencontrarla. En el camino pensaba cuánto podría haber cambiado la Juliana en ese tiempo, si me recordaba, si me extrañaba como yo a ella. Pero cuando llegué me di cuenta de que no era el único que extrañaba a la Juliana, Eduardo también lo hacía. Avergonzado, me acerqué a él y le propuse volver a comprarla, así nos evitábamos los viajes largos y encubiertos. Accedió, la compramos, era nuestra nuevamente. Él la usaba, yo la usaba. Ambos estábamos atados a ella. Sin embago, no era sano lo que hacíamos, lo sabia y ya no podía prestársela. Ella tenía la culpa, nos supo enredar, enamorar; era ella quien nos usaba.
 Era marzo y teníamos trabajo que hacer. Llamé a Eduardo y nos fuimos al comercio del Pardo tomando el camino de Las Tropas. Nos orillamos, nos bajamos y nos miramos fijamente; él con curiosidad, yo con nervios y sin saber cómo empezar a contarle que había matado a la Juliana. Tuve que hacerlo, se los juro, no tenía otra opción; ya no quería que nos siga separando ni haciéndonos odiar el uno al otro. Se lo dije finalmente y sin detalles, no quería oirlos. Nos abrazmos entendiéndonos, como hermanos que somos.
 No hay día que no la recuerde, que no la extrañe, que no la busque. Si bien llegó para separarnos, finalmente su historia terminó uniéndonos en la complicidad de su muerte.

domingo, 4 de agosto de 2013

 Se presentó tímida, escondida, con miedo. La acompañó la madre, quien le ordenó a su hermano mayor que "la cuide mucho" y que hagan caso. Costaba sacarle una palabra, una sonrisa y un poco de comodidad. Su mirada escondía algo más, algo que intrigaba, algo misterioso; sus manos demostraban algo que no era normal, como si no se tratara de una simple niña de seis años. Procuré ser sutil, delicada, para poder entrar en confianza con ella. No pude hacerlo en primera instancia.
 Pero sus ojos... juro que eran muy intrigantes. Detrás de la inocencia que toda niñez expone, había una mezcla de miedo, de trauma, y hasta de sufrimiento que pedían salir a flote. Había dolor en su mirada. Quizás no tenía una buena familia que pudiera cuidar bien de ella, quizás necesitaba hablar con alguien y confesar lo inconfesable, quizás tenía un secreto en la punta de la lengua que no se atrevia a decir. La curiosidad me estaba matando.
 Sus manos eran evidencia de la complejidad de su vida. No eran de esas manos de nenas, de suave tacto, estaban lastimadas como las manos de veinte años de trabajo pesado: lastimaduras, mordeduras, las cutículas con muestras de sangre, la sequedad hiriente. Eran de esas manos que duelen a simple vista, que se esconden por vergüenza (ella las escondió), de esas que piden atención y un poco de cariño.
 Lloré por ella, o quise hacerlo. Buscaba en sus actitudes algo que me ayudara a descifrar su misterio. No entendía cómo no gritaba lo que el corazón le decía y que yo también podía sentir. Seguía inocente y tímida, introvertida e insegura. Tenía miedo de la vida y de la felicidad.
 Le hablé, la ayudé con la tarea de Matemática y le saqué indicios para formular (por lo menos) una hipótesis que me explicara su postura en la vida. Encontré mucha más delicadeza de la pensada, encontré cariño simultáneo y urgencia en querer. Me quiere, me lo dijo, y yo también la quiero. Me habló, le hablé, la ayudé en lo académico y ella me ayudó en la vida.
 Pude sentir en sus abrazos una sinceridad extraña, como la que pocas veces se encuentran y se sienten. Sus palabras más afectuosas fueron: "Mica, sos muy flaca y muy buena". Le agradecí, no por lo primero sino por lo segundo, y pude notar que ella también lo era. Sí, era muy flaca y era muy buena. Demasiado.
 No quise preguntarle sobre su vida, sobre su entorno más cercano, pero me guardé un gusto agridulce en la boca por el resto del día: me sentí feliz por haberla conocido, por haberme llenado con su cariño rápido pero sincero, pero temí por ella y aún sigo haciéndolo. Quiero que vuelva, quiero que me diga qué le pasa, qué esconde, qué tragedia sus ojos ocultan con tanto misterio.
 Al finalizar la jornada, después de mucha tarea mezcladas con juegos y canciones infantiles, me dijo: "te voy a hacer un dibujo para que te acuerdes de mí". No se equivocó, la recuerdo y la recordaré por mucho tiempo más. No solo por el dibujo, sino por su particularidad. Quiso dejar su recuerdo, su huella, y lo logró.
Quizás, a fin de cuentas, esa es su tarea en la vida: causar misterio, dar amor, y dejar huellas. Pero juro que, desde ese día, no he encontrado abrazo más sincero. Sospecho, después de tantas teorías reformuladas y refutadas por mí misma, que quizás la imaginé o la soñé; quizás la inventé para satisfacer mi necesidad de cariño, para recibir el abrazo más sincero y amoroso, o simplemente para desentender un poco más la vida.

viernes, 2 de agosto de 2013

Eterno compañero


Lo único que queda por hacer es esperar que el tiempo pase y borre las heridas de mi alma, desate los nudos que aprietan tan fuerte mi corazón, me saque la roca del pecho y le devuelva el color a mi piel, las sonrisas a mi rostro y las ganas de vivir a mi cuerpo.
Solo queda esperar que el tiempo pase y borre un poco mi memoria, me nuble los ojos y arrugue mi piel. En ese instante, si la suerte está de mi lado, quizás te vayas de mí. Sin embargo, sospecho que aún serás parte de mi tristeza, de mi amargura y de mi felicidad; serás el recuerdo que el tiempo no me podrá quitar; serás el hueco permanente que no podré rellenar nunca.
De esta forma, el tiempo me tratará como a cualquier persona, mi cuerpo responderá de acuerdo a mis años, pero el personaje más vil de mi historia se mantendrá conmigo: se fijará a mi mente, a mi cuerpo y a mi alma; lo sentiré en todos lados, en todos mis lados y en todos los ajenos; lo veré en los ojos del perro, en los ojos del vecino, en los ojos del mundo. Ahí lo veré, fijo y penetrante como el primer día. Me perseguirá, estoy segura, no me dejará un solo día de mi vida.
Tengo miedo de su presencia, de su compañía perpetua. Tengo miedo de no poder estar a solas nunca, de que esté ahí cuando duerma, hurgando en mis sueños; cuando lea, usurpando mi imaginación; o cuando hable, adueñándose de mis palabras; sin dejarme conmigo misma un solo instante de mi vida.
Me acechará, no lo dudo. Puedo sentirlo ahora: me está mirando. Me hostiga, me castiga. Sospecho también dee ya no ser yo quien escribe estas líneas, sino sus palabras haciéndose presentes nuevamente: es él quien me obliga a escribir, es él quien aparece en mis escritos como en cada rincón al que miro. Es él, es el recuerdo: mi eterno compañero de vida.

jueves, 1 de agosto de 2013

El don de convertir cada palabra en poesía y de implementar la delicadeza en cada acción. Para vos la vida no es sólo vida, una hoja seca en otoño no es sólo eso. Con vos, todo siempre es un poco más.
Poseés la virtud de la delicadeza, y no lo sabés. Y no hablo sólo de tus ojos delicados, ni de tus manos delicadas, ni de tu boca delicada; tampoco de tu mirada enternecedora, ni de tus caricias tan cálidas, ni de tus besos tan dulces. Hablo de tu personalidad, de tu forma de ser tan caballero, del respeto que empleas en cada una de tus palabras, de tus acciones; hablo de la forma en la que escribís, en la que pensás, en la que vivís.
Del otro lado, estamos los que no sabemos manejar la delicadeza ni la sutileza con tanta facilidad: los que escribimos simple y llanamente; los que pensamos poco y escribimos mucho; los que utilizamos palabras fáciles y entendibles, sin demasiadas vueltas ni necesidad de diccionarios. Así somos: simples. Si queremos esto, decimos "esto"; si queremos aquello, decimos "aquello". Pero vos... ¡qué cosa! convertís cada palabra en poesía, en dulzura. Convertís tus pensamientos en hermosas líneas que todo amante de la buena lectura disfruta muy placenteramente y con sonrisa en el rostro. Vos... ¡cómo me cuesta describirte, cómo hacés que mi simpleza no te alcance!
Vos sos ese que no sabe lo que es, que no sabe cuánto vale, y sin embargo va derrochando sabiduría y haciéndose valer por todos los rincones por donde pase. Sos, ni más ni menos, que vos mismo (y eso es mucho más de lo que una mujer -enamorada- puede pedir).
Y acá, nuevamente, me muevo en el círculo de los llanos, de los simples. Porque a vos no te basta la simpleza, y ni siquiera te agrada la palabra. Pero en cada palabra que te dedico, que me hacés dedicarte, se encuentra la belleza de lo simple. Porque esto, aunque no lo parezca y tal vez no valga tanto, es el hablar de mi corazón. Corazón llano también, y muy sencillo. Aquel que ya tampoco quiere vueltas, que va directo, que dice lo que siente todo el tiempo. Corazón que habla, que grita y que nunca calla, desde que vio esa mirada enternecedora, sintió esa caricia cálida y probó esos besos dulces.

viernes, 26 de julio de 2013



 Ese suspiro apurado que nos atraviesa el pecho buscando salir; ya no nos aguanta, quiere salir y ser libre.
Siempre me gustaron las palabras tristes: lágrimas, soledad, desamor, vacío, etc. Siempre estuve más inclinada a la tristeza que a la alegría, pero siempre para mí misma. 
¿Por qué hay que demostrar todo? La gente cree que uno puede salir a la calle y decir: "hoy estoy triste, me siento sola." No saben qué carga tienen esas palabras, no saben cuánto significan y cuánto causan. Si lo dicen, lo dirán de la boca para afuera, nunca les toca el corazón.
 Cuando se demuestra lo que sentimos, lo que nos atormenta, lo que nos está matando lentamente, es porque no hay otra escapatoria. Una vez, alguien me dijo: "el que menos dice, más siente"; hoy en día puedo ser un ejemplo de esta frase, pero no quiero que se convierta en un axioma en mi vida: quiero romper esa regla y gritarle a todo el mundo que estoy sola, que estoy triste y que lloro. No, pará.. no voy a decir que lloro, me da vergüenza y a la gente no le importa, aunque si es por eso tampoco digo que estoy triste, y si no digo que estoy triste no vale la pena decir que estoy sola. Está bien, no digo nada; me lo guardo para mi, que al fin y al cabo, soy la única a la que le importa.
 "Me gusta la gente alegre", también me dijeron una vez al verme sonreír sin motivos. Sí, me sale muy bien la simulación de la alegría, la imitación a los alegres. Sostengo con firmeza que a la gente no le importa cuan mal estés; si se lo decís, enseguida encuentran una palabra en tu relato que les hace recordar a una de sus anécdotas y tendrán que contarla... de verdad, tendrán que hacerlo, no lo aguantan.
 ¿Y si hablamos sin pudor? ¿quién alguna vez no estuvo triste, se sintió solo y lloró? Los sentimientos son el único lazo que une a las personas. Estoy segura que hasta esa persona que parece una roca, una impenetrable, puede llorar por las noches. 
Acá, la chica alegre puede seguir insistiendo en que es mejor callarnos. Pero si usted quiere hablar, quiere contarme qué le pasa y cómo se siente, adelante. Seguramente encontraré en su relato algo que me haga acordar a mí y le contaré mi anécdota.