Hay más de mi en un mundo encerrado.

Pues, yo te escribiré; yo te haré llorar. Mi boca besará toda la ternura de tu acuario.

domingo, 4 de agosto de 2013

 Se presentó tímida, escondida, con miedo. La acompañó la madre, quien le ordenó a su hermano mayor que "la cuide mucho" y que hagan caso. Costaba sacarle una palabra, una sonrisa y un poco de comodidad. Su mirada escondía algo más, algo que intrigaba, algo misterioso; sus manos demostraban algo que no era normal, como si no se tratara de una simple niña de seis años. Procuré ser sutil, delicada, para poder entrar en confianza con ella. No pude hacerlo en primera instancia.
 Pero sus ojos... juro que eran muy intrigantes. Detrás de la inocencia que toda niñez expone, había una mezcla de miedo, de trauma, y hasta de sufrimiento que pedían salir a flote. Había dolor en su mirada. Quizás no tenía una buena familia que pudiera cuidar bien de ella, quizás necesitaba hablar con alguien y confesar lo inconfesable, quizás tenía un secreto en la punta de la lengua que no se atrevia a decir. La curiosidad me estaba matando.
 Sus manos eran evidencia de la complejidad de su vida. No eran de esas manos de nenas, de suave tacto, estaban lastimadas como las manos de veinte años de trabajo pesado: lastimaduras, mordeduras, las cutículas con muestras de sangre, la sequedad hiriente. Eran de esas manos que duelen a simple vista, que se esconden por vergüenza (ella las escondió), de esas que piden atención y un poco de cariño.
 Lloré por ella, o quise hacerlo. Buscaba en sus actitudes algo que me ayudara a descifrar su misterio. No entendía cómo no gritaba lo que el corazón le decía y que yo también podía sentir. Seguía inocente y tímida, introvertida e insegura. Tenía miedo de la vida y de la felicidad.
 Le hablé, la ayudé con la tarea de Matemática y le saqué indicios para formular (por lo menos) una hipótesis que me explicara su postura en la vida. Encontré mucha más delicadeza de la pensada, encontré cariño simultáneo y urgencia en querer. Me quiere, me lo dijo, y yo también la quiero. Me habló, le hablé, la ayudé en lo académico y ella me ayudó en la vida.
 Pude sentir en sus abrazos una sinceridad extraña, como la que pocas veces se encuentran y se sienten. Sus palabras más afectuosas fueron: "Mica, sos muy flaca y muy buena". Le agradecí, no por lo primero sino por lo segundo, y pude notar que ella también lo era. Sí, era muy flaca y era muy buena. Demasiado.
 No quise preguntarle sobre su vida, sobre su entorno más cercano, pero me guardé un gusto agridulce en la boca por el resto del día: me sentí feliz por haberla conocido, por haberme llenado con su cariño rápido pero sincero, pero temí por ella y aún sigo haciéndolo. Quiero que vuelva, quiero que me diga qué le pasa, qué esconde, qué tragedia sus ojos ocultan con tanto misterio.
 Al finalizar la jornada, después de mucha tarea mezcladas con juegos y canciones infantiles, me dijo: "te voy a hacer un dibujo para que te acuerdes de mí". No se equivocó, la recuerdo y la recordaré por mucho tiempo más. No solo por el dibujo, sino por su particularidad. Quiso dejar su recuerdo, su huella, y lo logró.
Quizás, a fin de cuentas, esa es su tarea en la vida: causar misterio, dar amor, y dejar huellas. Pero juro que, desde ese día, no he encontrado abrazo más sincero. Sospecho, después de tantas teorías reformuladas y refutadas por mí misma, que quizás la imaginé o la soñé; quizás la inventé para satisfacer mi necesidad de cariño, para recibir el abrazo más sincero y amoroso, o simplemente para desentender un poco más la vida.

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