Poseés la virtud de la delicadeza, y no lo sabés. Y no hablo
sólo de tus ojos delicados, ni de tus manos delicadas, ni de tu boca delicada;
tampoco de tu mirada enternecedora, ni de tus caricias tan cálidas, ni de tus
besos tan dulces. Hablo de tu personalidad, de tu forma de ser tan caballero,
del respeto que empleas en cada una de tus palabras, de tus acciones; hablo de
la forma en la que escribís, en la que pensás, en la que vivís.
Del otro lado, estamos los que no sabemos manejar la
delicadeza ni la sutileza con tanta facilidad: los que escribimos simple y llanamente;
los que pensamos poco y escribimos mucho; los que utilizamos palabras fáciles y
entendibles, sin demasiadas vueltas ni necesidad de diccionarios. Así somos:
simples. Si queremos esto, decimos "esto"; si queremos aquello,
decimos "aquello". Pero vos... ¡qué cosa! convertís cada palabra en
poesía, en dulzura. Convertís tus pensamientos en hermosas líneas que todo
amante de la buena lectura disfruta muy placenteramente y con sonrisa en el
rostro. Vos... ¡cómo me cuesta describirte, cómo hacés que mi simpleza no te
alcance!
Vos sos ese que no sabe lo que es, que no sabe cuánto vale,
y sin embargo va derrochando sabiduría y haciéndose valer por todos los
rincones por donde pase. Sos, ni más ni menos, que vos mismo (y eso es mucho
más de lo que una mujer -enamorada- puede pedir).
Y acá, nuevamente, me muevo en el círculo de los llanos, de los simples. Porque a vos no te basta la simpleza, y ni siquiera te agrada la palabra. Pero en cada palabra que te dedico, que me hacés dedicarte, se encuentra la belleza de lo simple. Porque esto, aunque no lo parezca y tal vez no valga tanto, es el hablar de mi corazón. Corazón llano también, y muy sencillo. Aquel que ya tampoco quiere vueltas, que va directo, que dice lo que siente todo el tiempo. Corazón que habla, que grita y que nunca calla, desde que vio esa mirada enternecedora, sintió esa caricia cálida y probó esos besos dulces.
Y acá, nuevamente, me muevo en el círculo de los llanos, de los simples. Porque a vos no te basta la simpleza, y ni siquiera te agrada la palabra. Pero en cada palabra que te dedico, que me hacés dedicarte, se encuentra la belleza de lo simple. Porque esto, aunque no lo parezca y tal vez no valga tanto, es el hablar de mi corazón. Corazón llano también, y muy sencillo. Aquel que ya tampoco quiere vueltas, que va directo, que dice lo que siente todo el tiempo. Corazón que habla, que grita y que nunca calla, desde que vio esa mirada enternecedora, sintió esa caricia cálida y probó esos besos dulces.
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