Hay más de mi en un mundo encerrado.

Pues, yo te escribiré; yo te haré llorar. Mi boca besará toda la ternura de tu acuario.

jueves, 3 de octubre de 2013

La casa nueva era linda, mucho más lujosa que la anterior. Tenía pisos de madera bien brillosa, de ese brillo que casi lo encandila a uno sin dejarlo ver. Me gustaban los espejos que decoraban algunas paredes, como la del comedor principal, ese bien grande donde mamá dijo que vamos a comer cuando tengamos visitas porque "sabés cómo es, le encanta rodearse de gente pacata y soberbia*, ya lo vas a entender cuando te desenvuelva esa misantropía* tan tuya".  Había muebles por todos lados, en cada sala, en cada rincón. Mamá también me dijo que tendría una habitación para mí si me animaba a dormir sola. Por supuesto que acepté, aunque un poco de miedo todavía guardaba.
 La primera cena fue estupenda; usamos el comedor grande porque vinieron los tíos del campo a conocer la casa y al nuevo esposo de mamá. El tío Héctor trajo helado de vainilla y frutilla, como sabe que me gusta, y luego del postre se fueron. Era la primera noche en la casa nueva como la familia nueva que éramos.
 Mi habitación estaba casi al terminar el primer pasillo, y digo primer porque habían varios. Desde la escalera se podían ver solo dos: el primero con mi habitación y la de mamá más un baño, y el segundo con otras salas que no me atreví a conocer, porque al final, cuando el pasillo se bifurcaba*, la oscuridad era tal que parecía que un manto negro estaba colgado de rincón a rincón.
 Cuando mamá me mandó a dormir, después de lavarme los dientes, me hice la macha y no protesté. Era mi primera noche sola y mi corazón asustado lo sabía, y lo sabía tanto que sus latidos hacían que pudiera notarlos hasta por encima de las sábanas. Al principio pensaba en cosas lindas, como cuando fuimos al campo en el verano y jugamos con el primo Leo en el abrevadero* del fondo, o como cuando fuimos a comprar el helado de frutilla con Camila y se lo comió el perro. Me quería reír, pero pensé que iban a escucharme y me tapé la boca. Tenía la mano fría, como la de un muerto. Y ahí, al acordarme del frío de los cadáveres es que me volvió el miedo. No podía concentrarme en el recuerdo del abrevadero y ni siquiera en el gusto del helado. Mi corazón nuevamente quería salirse de mi pecho, mis manos sudaban asquerosamente y yo no sabía qué hacer. Si gritaba, me iban a retar; si llamaba a mamá, me iba a quitar la habitación que ahora era mía. Pero si ahora era mía, ¿de quién fue antes? ¿Y si la persona que dormía en esta pieza ahora está muerta? ¿Y si no quiere que nadie más se acueste en esta cama? Cerré bien fuerte los ojos convenciéndome con que sólo eran triviales* alucinaciones y pensé en el campo, en el cielo azul, en el sol que reverberaba* en las astas del molino enorme, y me dejé llevar.
 No sé en qué momento volvió el miedo, pero ya no podía evitarlo. Me tapé la cara con la sábana, pero la densidad de mi respiración me asfixiaba, así que nuevamente salí a la realidad. No podía distinguir dónde terminaba la cama, dónde estaba la puerta; jamás había visto una oscuridad tan negra. La habitación se me hizo más pequeña en ese instante, sentía que si sacaba un brazo de la cama podía tocar la pared derecha. Pero también creía que si sacaba un brazo de la cama alguien me lo arrancaría. Miré para el techo siempre pensando en el campo, en el pasto verde, como si fueran detractores* del miedo, y poco a poco empecé a distinguir sonidos. Mamá se levantó al baño, tenía que aprovechar cuando saliera para pedirle que me prenda la luz porque me sentía mal o porque quería leer o porque tenía un poco pero casi nada de miedo. Escuchaba todavía la canilla abierta, estaba esperando a que la cerrara para llamarla, pero no entendía por qué seguía cayendo agua, ¿ya salió mamá del baño? ¿Era mamá? quizás esta casa en realidad está habitada por fantasmas, quizás la familia que vivía antes está muerta pero vive por las noches: usan el baño, la cocina, caminan por los pasillos y duermen. Alguien va a querer dormir en mi cama, bah… la cama que es mía y de alguien más. Quizás viven en el segundo pasillo, y como a ellos no les anda el baño usan el nuestro. O quizás allá están los fantasmas.
 Mi pieza se seguía encogiendo cada vez que pensaba algo feo, cada vez que mi corazón estaba más decido a salir. Me parecía como si los rincones ya no existieran, sino que me había sumergido en un pozo, en un círculo interminable. Quería llorar pero me acordé que el tío Héctor una vez me explico que no hay que demostrarle a los perros que uno tiene miedo porque saben olerlo; quizás los fantasmas también huelen el miedo. Quería convencerme con que sólo eran irrisorias* minucias* que la oscuridad y el hecho de que sea mi primer noche sola me infundían*, que era normal que no me pudiera dormir en un lugar todavía ajeno.
Quería a mi mamá, extrañaba a mi papá. Quería la casa antigua, que aunque era pequeña no tenía fantasmas. Escuché más ruidos, como si estuvieran caminando en el pasillo acercándose a mi puerta. Mis latidos aumentaron y mis manos ya estaban mojadas. Era el fantasma que antes dormía en esta cama, estaba segura, iba a querer dormir y se iba a encontrar conmigo, y como a los fantasmas no les gustan los vivos me iba a matar, y yo no quería que me mate. Se escuchaban zapatos pesados, como si fuese un hombre muy grande que cada vez estaba más cerca. Me cubrí otra vez de pies a cabeza, me tapé la nariz y aguanté la respiración para que no me escuchara. Se abrió mi puerta, y yo ya estaba llorando; se acercó a mi cama, y apreté bien fuerte los ojos; se sentó al lado mío y grité bien fuerte:
 -¡Vení, mamá!
 -¡Era hora de que te levantaras!  -dijo su dulce voz-  Bajá a desayunar.


 La casa nueva era linda, mucho más lujosa que la anterior. Tenía pisos de madera bien brillosa, de ese brillo que casi lo encandila a uno sin dejarlo ver. Me gustaban los espejos que decoraban algunas paredes, como la del comedor principal, ese bien grande donde mamá dijo que vamos a comer cuando tengamos visitas porque "sabés cómo es, le encanta rodearse de gente pacata y soberbia, ya lo vas a entender cuando te desenvuelva esa misantropía tan tuya".  Había muebles por todos lados, en cada sala, en cada rincón. Mamá también me dijo que tendría una habitación para mí si me animaba a dormir sola. Por supuesto que acepté, aunque un poco de miedo todavía guardaba.
 La primera cena fue estupenda; usamos el comedor grande porque vinieron los tíos del campo a conocer la casa y al nuevo esposo de mamá. El tío Héctor trajo helado de vainilla y frutilla, como sabe que me gusta, y luego del postre se fueron. Era la primera noche en la casa nueva como la familia nueva que éramos.
 Mi habitación estaba casi al terminar el primer pasillo, y digo primer porque habían varios. Desde la escalera se podían ver solo dos: el primero con mi habitación y la de mamá más un baño, y el segundo con otras salas que no me atreví a conocer, porque al final, cuando el pasillo se bifurcaba, la oscuridad era tal que parecía que un manto negro estaba colgado de rincón a rincón.
 Cuando mamá me mandó a dormir, después de lavarme los dientes, me hice la macha y no protesté. Era mi primera noche sola y mi corazón asustado lo sabía, y lo sabía tanto que sus latidos hacían que pudiera notarlos hasta por encima de las sábanas. Al principio pensaba en cosas lindas, como cuando fuimos al campo en el verano y jugamos con el primo Leo en el abrevadero del fondo, o como cuando fuimos a comprar el helado de frutilla con Camila y se lo comió el perro. Me quería reír, pero pensé que iban a escucharme y me tapé la boca. Tenía la mano fría, como la de un muerto. Y ahí, al acordarme del frío de los cadáveres es que me volvió el miedo. No podía concentrarme en el recuerdo del abrevadero y ni siquiera en el gusto del helado. Mi corazón nuevamente quería salirse de mi pecho, mis manos sudaban asquerosamente y yo no sabía qué hacer. Si gritaba, me iban a retar; si llamaba a mamá, me iba a quitar la habitación que ahora era mía. Pero si ahora era mía, ¿de quién fue antes? ¿Y si la persona que dormía en esta pieza ahora está muerta? ¿Y si no quiere que nadie más se acueste en esta cama? Cerré bien fuerte los ojos convenciéndome con que sólo eran triviales alucinaciones y pensé en el campo, en el cielo azul, en el sol que reverberaba en las astas del molino enorme, y me dejé llevar.
 No sé en qué momento volvió el miedo, pero ya no podía evitarlo. Me tapé la cara con la sábana, pero la densidad de mi respiración me asfixiaba, así que nuevamente salí a la realidad. No podía distinguir dónde terminaba la cama, dónde estaba la puerta; jamás había visto una oscuridad tan negra. La habitación se me hizo más pequeña en ese instante, sentía que si sacaba un brazo de la cama podía tocar la pared derecha. Pero también creía que si sacaba un brazo de la cama alguien me lo arrancaría. Miré para el techo siempre pensando en el campo, en el pasto verde, como si fueran detractores del miedo, y poco a poco empecé a distinguir sonidos. Mamá se levantó al baño, tenía que aprovechar cuando saliera para pedirle que me prenda la luz porque me sentía mal o porque quería leer o porque tenía un poco pero casi nada de miedo. Escuchaba todavía la canilla abierta, estaba esperando a que la cerrara para llamarla, pero no entendía por qué seguía cayendo agua, ¿ya salió mamá del baño? ¿Era mamá? quizás esta casa en realidad está habitada por fantasmas, quizás la familia que vivía antes está muerta pero vive por las noches: usan el baño, la cocina, caminan por los pasillos y duermen. Alguien va a querer dormir en mi cama, bah… la cama que es mía y de alguien más. Quizás viven en el segundo pasillo, y como a ellos no les anda el baño usan el nuestro. O quizás allá están los fantasmas.
 Mi pieza se seguía encogiendo cada vez que pensaba algo feo, cada vez que mi corazón estaba más decido a salir. Me parecía como si los rincones ya no existieran, sino que me había sumergido en un pozo, en un círculo interminable. Quería llorar pero me acordé que el tío Héctor una vez me explico que no hay que demostrarle a los perros que uno tiene miedo porque saben olerlo; quizás los fantasmas también huelen el miedo. Quería convencerme con que sólo eran irrisorias minucias que la oscuridad y el hecho de que sea mi primer noche sola me infundían, que era normal que no me pudiera dormir en un lugar todavía ajeno.
Quería a mi mamá, extrañaba a mi papá. Quería la casa antigua, que aunque era pequeña no tenía fantasmas. Escuché más ruidos, como si estuvieran caminando en el pasillo acercándose a mi puerta. Mis latidos aumentaron y mis manos ya estaban mojadas. Era el fantasma que antes dormía en esta cama, estaba segura, iba a querer dormir y se iba a encontrar conmigo, y como a los fantasmas no les gustan los vivos me iba a matar, y yo no quería que me mate. Se escuchaban zapatos pesados, como si fuese un hombre muy grande que cada vez estaba más cerca. Me cubrí otra vez de pies a cabeza, me tapé la nariz y aguanté la respiración para que no me escuchara. Se abrió mi puerta, y yo ya estaba llorando; se acercó a mi cama, y apreté bien fuerte los ojos; se sentó al lado mío y grité bien fuerte:
 -¡Vení, mamá!
 -¡Era hora de que te levantaras!  -dijo su dulce voz-  Bajá a desayunar.

jueves, 15 de agosto de 2013

"La intrusa", desde otra mirada.

 Esta es la historia que marcó nuestras vidas; nos marcó como familia, personas y, sobre todo, hombres. Relato típico en el que hay un conflicto que parece no tener solución, conflicto generado por una mujer que apareció de la nada dispuesta a cambiarnos, a separarnos, a hacer que lleguemos a odiarnos en muchos momentos.
 Eduardo, mi hermano, solía ser callado y más paciente que muchos de la familia; juntos nos defendíamos de los demás y nos atacábamos a solas. Éramos, mas bie, amigos y hermanos, muy unidos; tanto que en un momento no solo nos unía la sangre, sino también el amor de una mujer: la Juliana.
 Juliana era una mujer atípica, muy particular, la cual pudo enredarnos a ambos en su juego de seducción, de cariño y finalmente de amor. Quise dejarla, lo juro; traté una y mil veces de olvidarla, pero todos los esfuerzos fueron en vano, no encontraba en ninguna mujer lo que en la Juliana. A Eduardo le pasa lo mismo, o eso creo. Estábamos los dos locos, endemoniados, como si nos hubiese hecho una especie de hechizo, de conjuro.
 Cuando nos dimos cuenta del mal que nos hacíamos compartiendo a la mujer, llegamos a un acuerdo: venderla. En ese entonces, Eduardo conocía a la dueña de un prostíbulo de Morón, por el camino de Las Tropas, y como no encontramos otra solución, decidimos alejarla de nosotros: si no era nuestra, no era de ninguno de los dos.
 Los días siguientes fueron eternos, extrañaba su compañía, su olor, su sonrisa... la extrañaba a ella. Finalmente decidí ir a verla, escondido; sin decirle nada a nadie me fui a Morón para reencontrarla. En el camino pensaba cuánto podría haber cambiado la Juliana en ese tiempo, si me recordaba, si me extrañaba como yo a ella. Pero cuando llegué me di cuenta de que no era el único que extrañaba a la Juliana, Eduardo también lo hacía. Avergonzado, me acerqué a él y le propuse volver a comprarla, así nos evitábamos los viajes largos y encubiertos. Accedió, la compramos, era nuestra nuevamente. Él la usaba, yo la usaba. Ambos estábamos atados a ella. Sin embago, no era sano lo que hacíamos, lo sabia y ya no podía prestársela. Ella tenía la culpa, nos supo enredar, enamorar; era ella quien nos usaba.
 Era marzo y teníamos trabajo que hacer. Llamé a Eduardo y nos fuimos al comercio del Pardo tomando el camino de Las Tropas. Nos orillamos, nos bajamos y nos miramos fijamente; él con curiosidad, yo con nervios y sin saber cómo empezar a contarle que había matado a la Juliana. Tuve que hacerlo, se los juro, no tenía otra opción; ya no quería que nos siga separando ni haciéndonos odiar el uno al otro. Se lo dije finalmente y sin detalles, no quería oirlos. Nos abrazmos entendiéndonos, como hermanos que somos.
 No hay día que no la recuerde, que no la extrañe, que no la busque. Si bien llegó para separarnos, finalmente su historia terminó uniéndonos en la complicidad de su muerte.

domingo, 4 de agosto de 2013

 Se presentó tímida, escondida, con miedo. La acompañó la madre, quien le ordenó a su hermano mayor que "la cuide mucho" y que hagan caso. Costaba sacarle una palabra, una sonrisa y un poco de comodidad. Su mirada escondía algo más, algo que intrigaba, algo misterioso; sus manos demostraban algo que no era normal, como si no se tratara de una simple niña de seis años. Procuré ser sutil, delicada, para poder entrar en confianza con ella. No pude hacerlo en primera instancia.
 Pero sus ojos... juro que eran muy intrigantes. Detrás de la inocencia que toda niñez expone, había una mezcla de miedo, de trauma, y hasta de sufrimiento que pedían salir a flote. Había dolor en su mirada. Quizás no tenía una buena familia que pudiera cuidar bien de ella, quizás necesitaba hablar con alguien y confesar lo inconfesable, quizás tenía un secreto en la punta de la lengua que no se atrevia a decir. La curiosidad me estaba matando.
 Sus manos eran evidencia de la complejidad de su vida. No eran de esas manos de nenas, de suave tacto, estaban lastimadas como las manos de veinte años de trabajo pesado: lastimaduras, mordeduras, las cutículas con muestras de sangre, la sequedad hiriente. Eran de esas manos que duelen a simple vista, que se esconden por vergüenza (ella las escondió), de esas que piden atención y un poco de cariño.
 Lloré por ella, o quise hacerlo. Buscaba en sus actitudes algo que me ayudara a descifrar su misterio. No entendía cómo no gritaba lo que el corazón le decía y que yo también podía sentir. Seguía inocente y tímida, introvertida e insegura. Tenía miedo de la vida y de la felicidad.
 Le hablé, la ayudé con la tarea de Matemática y le saqué indicios para formular (por lo menos) una hipótesis que me explicara su postura en la vida. Encontré mucha más delicadeza de la pensada, encontré cariño simultáneo y urgencia en querer. Me quiere, me lo dijo, y yo también la quiero. Me habló, le hablé, la ayudé en lo académico y ella me ayudó en la vida.
 Pude sentir en sus abrazos una sinceridad extraña, como la que pocas veces se encuentran y se sienten. Sus palabras más afectuosas fueron: "Mica, sos muy flaca y muy buena". Le agradecí, no por lo primero sino por lo segundo, y pude notar que ella también lo era. Sí, era muy flaca y era muy buena. Demasiado.
 No quise preguntarle sobre su vida, sobre su entorno más cercano, pero me guardé un gusto agridulce en la boca por el resto del día: me sentí feliz por haberla conocido, por haberme llenado con su cariño rápido pero sincero, pero temí por ella y aún sigo haciéndolo. Quiero que vuelva, quiero que me diga qué le pasa, qué esconde, qué tragedia sus ojos ocultan con tanto misterio.
 Al finalizar la jornada, después de mucha tarea mezcladas con juegos y canciones infantiles, me dijo: "te voy a hacer un dibujo para que te acuerdes de mí". No se equivocó, la recuerdo y la recordaré por mucho tiempo más. No solo por el dibujo, sino por su particularidad. Quiso dejar su recuerdo, su huella, y lo logró.
Quizás, a fin de cuentas, esa es su tarea en la vida: causar misterio, dar amor, y dejar huellas. Pero juro que, desde ese día, no he encontrado abrazo más sincero. Sospecho, después de tantas teorías reformuladas y refutadas por mí misma, que quizás la imaginé o la soñé; quizás la inventé para satisfacer mi necesidad de cariño, para recibir el abrazo más sincero y amoroso, o simplemente para desentender un poco más la vida.

viernes, 2 de agosto de 2013

Eterno compañero


Lo único que queda por hacer es esperar que el tiempo pase y borre las heridas de mi alma, desate los nudos que aprietan tan fuerte mi corazón, me saque la roca del pecho y le devuelva el color a mi piel, las sonrisas a mi rostro y las ganas de vivir a mi cuerpo.
Solo queda esperar que el tiempo pase y borre un poco mi memoria, me nuble los ojos y arrugue mi piel. En ese instante, si la suerte está de mi lado, quizás te vayas de mí. Sin embargo, sospecho que aún serás parte de mi tristeza, de mi amargura y de mi felicidad; serás el recuerdo que el tiempo no me podrá quitar; serás el hueco permanente que no podré rellenar nunca.
De esta forma, el tiempo me tratará como a cualquier persona, mi cuerpo responderá de acuerdo a mis años, pero el personaje más vil de mi historia se mantendrá conmigo: se fijará a mi mente, a mi cuerpo y a mi alma; lo sentiré en todos lados, en todos mis lados y en todos los ajenos; lo veré en los ojos del perro, en los ojos del vecino, en los ojos del mundo. Ahí lo veré, fijo y penetrante como el primer día. Me perseguirá, estoy segura, no me dejará un solo día de mi vida.
Tengo miedo de su presencia, de su compañía perpetua. Tengo miedo de no poder estar a solas nunca, de que esté ahí cuando duerma, hurgando en mis sueños; cuando lea, usurpando mi imaginación; o cuando hable, adueñándose de mis palabras; sin dejarme conmigo misma un solo instante de mi vida.
Me acechará, no lo dudo. Puedo sentirlo ahora: me está mirando. Me hostiga, me castiga. Sospecho también dee ya no ser yo quien escribe estas líneas, sino sus palabras haciéndose presentes nuevamente: es él quien me obliga a escribir, es él quien aparece en mis escritos como en cada rincón al que miro. Es él, es el recuerdo: mi eterno compañero de vida.

jueves, 1 de agosto de 2013

El don de convertir cada palabra en poesía y de implementar la delicadeza en cada acción. Para vos la vida no es sólo vida, una hoja seca en otoño no es sólo eso. Con vos, todo siempre es un poco más.
Poseés la virtud de la delicadeza, y no lo sabés. Y no hablo sólo de tus ojos delicados, ni de tus manos delicadas, ni de tu boca delicada; tampoco de tu mirada enternecedora, ni de tus caricias tan cálidas, ni de tus besos tan dulces. Hablo de tu personalidad, de tu forma de ser tan caballero, del respeto que empleas en cada una de tus palabras, de tus acciones; hablo de la forma en la que escribís, en la que pensás, en la que vivís.
Del otro lado, estamos los que no sabemos manejar la delicadeza ni la sutileza con tanta facilidad: los que escribimos simple y llanamente; los que pensamos poco y escribimos mucho; los que utilizamos palabras fáciles y entendibles, sin demasiadas vueltas ni necesidad de diccionarios. Así somos: simples. Si queremos esto, decimos "esto"; si queremos aquello, decimos "aquello". Pero vos... ¡qué cosa! convertís cada palabra en poesía, en dulzura. Convertís tus pensamientos en hermosas líneas que todo amante de la buena lectura disfruta muy placenteramente y con sonrisa en el rostro. Vos... ¡cómo me cuesta describirte, cómo hacés que mi simpleza no te alcance!
Vos sos ese que no sabe lo que es, que no sabe cuánto vale, y sin embargo va derrochando sabiduría y haciéndose valer por todos los rincones por donde pase. Sos, ni más ni menos, que vos mismo (y eso es mucho más de lo que una mujer -enamorada- puede pedir).
Y acá, nuevamente, me muevo en el círculo de los llanos, de los simples. Porque a vos no te basta la simpleza, y ni siquiera te agrada la palabra. Pero en cada palabra que te dedico, que me hacés dedicarte, se encuentra la belleza de lo simple. Porque esto, aunque no lo parezca y tal vez no valga tanto, es el hablar de mi corazón. Corazón llano también, y muy sencillo. Aquel que ya tampoco quiere vueltas, que va directo, que dice lo que siente todo el tiempo. Corazón que habla, que grita y que nunca calla, desde que vio esa mirada enternecedora, sintió esa caricia cálida y probó esos besos dulces.

viernes, 26 de julio de 2013



 Ese suspiro apurado que nos atraviesa el pecho buscando salir; ya no nos aguanta, quiere salir y ser libre.
Siempre me gustaron las palabras tristes: lágrimas, soledad, desamor, vacío, etc. Siempre estuve más inclinada a la tristeza que a la alegría, pero siempre para mí misma. 
¿Por qué hay que demostrar todo? La gente cree que uno puede salir a la calle y decir: "hoy estoy triste, me siento sola." No saben qué carga tienen esas palabras, no saben cuánto significan y cuánto causan. Si lo dicen, lo dirán de la boca para afuera, nunca les toca el corazón.
 Cuando se demuestra lo que sentimos, lo que nos atormenta, lo que nos está matando lentamente, es porque no hay otra escapatoria. Una vez, alguien me dijo: "el que menos dice, más siente"; hoy en día puedo ser un ejemplo de esta frase, pero no quiero que se convierta en un axioma en mi vida: quiero romper esa regla y gritarle a todo el mundo que estoy sola, que estoy triste y que lloro. No, pará.. no voy a decir que lloro, me da vergüenza y a la gente no le importa, aunque si es por eso tampoco digo que estoy triste, y si no digo que estoy triste no vale la pena decir que estoy sola. Está bien, no digo nada; me lo guardo para mi, que al fin y al cabo, soy la única a la que le importa.
 "Me gusta la gente alegre", también me dijeron una vez al verme sonreír sin motivos. Sí, me sale muy bien la simulación de la alegría, la imitación a los alegres. Sostengo con firmeza que a la gente no le importa cuan mal estés; si se lo decís, enseguida encuentran una palabra en tu relato que les hace recordar a una de sus anécdotas y tendrán que contarla... de verdad, tendrán que hacerlo, no lo aguantan.
 ¿Y si hablamos sin pudor? ¿quién alguna vez no estuvo triste, se sintió solo y lloró? Los sentimientos son el único lazo que une a las personas. Estoy segura que hasta esa persona que parece una roca, una impenetrable, puede llorar por las noches. 
Acá, la chica alegre puede seguir insistiendo en que es mejor callarnos. Pero si usted quiere hablar, quiere contarme qué le pasa y cómo se siente, adelante. Seguramente encontraré en su relato algo que me haga acordar a mí y le contaré mi anécdota.

miércoles, 12 de junio de 2013

Dar. Dar sin recibir una dádiva a cambio, sin esperar aplausos, reconocimiento, cheques, prensa. Dar para sentirse orgulloso de lo que uno es y de lo que puede hacer. ¿Quién nos manda a construir lugares de recreación para gente que no conocemos? ¿quién nos manda a invertir tiempo, voluntad y esfuerzo en proyectos comunitarios, solidarios, sociales? ¿por qué si no nos corresponde? ¿o sí?
 Nadie nos paga, es verdad. Mucho nos insultan, nos agreden, también es cierto. Pero aún así seguimos, protegiendo lo que queremos y ofreciendo todo lo que tenemos. Y muy pocas veces nos devuelven un "Gracias".
 Lo que asusta es la bandera, el nombre, la carga política que llevamos en nuestras mentes y en nuestras acciones. Lo que no se sabe es que detrás nuestro no hay nadie, somos todos pares. No saben que la politica es algo cotidiano, que no es mala palabra.
 Deberíamos empezar por definir a la politica, pero eso me llevaría mucho más tiempo del que quiero empeñar en esta página. Lo politico se refiere a las decisiones tomadas por un grupo de personas y que afectan a todo un país, a toda una provincia, a un distrito, etc. Es decir, son decisiones que afectan a terceros; es pensar por terceros, es accionar por terceros... aunque estos a veces no estén de acuerdo en las decisiones.
 Pero cuando una milita, empeñando tiempo, ganas y voluntad, siempre espera que el progreso por el que se milita se presente de una forma inmediata, y muy pocas veces es así. Sin embargo, hay cosas en el camino que a una le van llenando el alma: las caras alegres de los nenes que te agradecen por esa clase de apoyo escolar que les diste y por ese mate cocido que le serviste; esas personas que te agradecen el trabajo que hacés, el esfuerzo que empeñas para que a ellos les lleguen los recursos que necesitan.
 Creo que ver crecer las sonrisas en las caras cada vez que se ayuda, el orgullo que uno siente cuando las acciones dan sus frutos y más, y cuando representamos a un proyecto que también nos representa a nosotros, es lo mejor de la militancia. Si bien no me pagan, si bien otros cobran por lo que yo hago, la felicidad y el orgullo que me transmiten por los que hago cosas, es mejor que toda la plata del mundo.
 Quisiera siquiera que la gente que critica, que no se mueve, que solo habla, salga conmigo una vez a la calle, se embarre hasta las rodillas para que viva lo que se denomina BARRIO; que no huya, que no se mude a un barrio más lujoso, que no quiera salir del país buscando otras posibilidades, sino que las busque para emplearlas en su tierra.
 Si hay algo que nos falta a los argentinos es patriotismo, es sentir amor por lo propio; no por Maradona y el futbol, no por el mate y el asado, sino por los derechos que tenemos y los que hay que conquistar, los representantes que sirven y los que no. Nos falta querer hacer cosas por nosotros sin esperar que las respuestas y soluciones caigan de arriba. Nos falta aprender a accionar y dejar de hablar tanto. Nos falta querer ensuciarnos, querer pelear, querer defender y no sólo nuestra postura, nuestro pensamiento, sino una lucha más literal, una lucha para conquistar lo que es nuestro, para recuperar el amor por lo propio.

lunes, 27 de mayo de 2013

la palabra
la dulzura
la delicadeza
el tibio susurro en el oído.

el abrazo
el no beso
el extrañarte
el no tenerte
el quererte.

la mirada
la canción
la poesia
mi corazón.

tu nombre
tu pelo
tu sonrisa
tus manos.

mi fuerza
tu indiferencia
el sol
las nubes oscuras
las gotas de lluvia
que mojan mi cara,
eso sos.
 

domingo, 19 de mayo de 2013

Tu corazón,
mi corazón,
como dos pájaros
volando.

Tenemos miedo,
nos persiguen:
yo a vos,
vos a ella,
¿quién a mí?.

No te vayas
que me pierdo,
te vas y con vos mi fuerza,
mi vuelo.

Caigo
muy lentamente.
Caigo
con vos.. en mente.
Caigo
sin nunca caer,
soy libre.


viernes, 1 de febrero de 2013

¿Los errores no se equivocan?

 Hay personas que piensan que la muerte da lugar a una nueva vida; hay otras que piensan que se trata de un cambio de presencia.; y otras, sin embargo, que entre tanto dolor por la vida que se acabó de ir, de transformar.. no pueden ni pensar.
 Dicen que todo suceso ocurre por algo. Algunos prefieren llamarlo destino, otros Dios, otros suerte, entre otras cosas; pero no estaría mal preguntarle a cada una de estas personas si la muerte también se justifica con estas respuestas: "Sí, señora, acaba de perder a su hijo porque el destino/Dios/la suerte así lo quiso".. por lo menos yo, no aceptaría una respuesta semejante.
 Soy de aquellas que confía con fidelidad en que una ficha tira a la otra, que un suceso genera otro, que generará otro y otro más.. sí, soy de creer en eso. Pero en un momeno, en un determinado momento, dejás de creer en que una ficha fue la hizo que la persona que querías, que conocías, o que no, se haya muerto.
 Miles de vidas se van todos los días, quizá eso sea cierto, pero uno es tan egoista que siempre espera que le pase a los demás, que el dolor nunca sea propio. Pero cuando el dolor es de uno, ¿hay pautas de cómo reaccionar?.