Lo único que queda por hacer es esperar que el tiempo pase
y borre las heridas de mi alma, desate los nudos que aprietan tan fuerte mi
corazón, me saque la roca del pecho y le devuelva el color a mi piel, las
sonrisas a mi rostro y las ganas de vivir a mi cuerpo.
Solo queda esperar que el tiempo pase y borre un poco mi
memoria, me nuble los ojos y arrugue mi piel. En ese instante, si la suerte
está de mi lado, quizás te vayas de mí. Sin embargo, sospecho que aún serás
parte de mi tristeza, de mi amargura y de mi felicidad; serás el recuerdo que
el tiempo no me podrá quitar; serás el hueco permanente que no podré rellenar
nunca.
De esta forma, el tiempo me tratará como a cualquier
persona, mi cuerpo responderá de acuerdo a mis años, pero el personaje más vil
de mi historia se mantendrá conmigo: se fijará a mi mente, a mi cuerpo y a mi
alma; lo sentiré en todos lados, en todos mis lados y en todos los ajenos; lo
veré en los ojos del perro, en los ojos del vecino, en los ojos del mundo. Ahí
lo veré, fijo y penetrante como el primer día. Me perseguirá, estoy segura, no
me dejará un solo día de mi vida.
Tengo miedo de su presencia, de su compañía perpetua. Tengo
miedo de no poder estar a solas nunca, de que esté ahí cuando duerma, hurgando
en mis sueños; cuando lea, usurpando mi
imaginación; o cuando hable, adueñándose de mis palabras; sin dejarme conmigo
misma un solo instante de mi vida.
Me acechará, no lo dudo. Puedo sentirlo ahora: me está
mirando. Me hostiga, me castiga. Sospecho también dee ya no ser yo quien escribe estas líneas, sino sus palabras haciéndose presentes nuevamente: es él quien me obliga a escribir, es él quien aparece en mis
escritos como en cada rincón al que miro. Es él, es el recuerdo: mi eterno
compañero de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario