Hay más de mi en un mundo encerrado.

Pues, yo te escribiré; yo te haré llorar. Mi boca besará toda la ternura de tu acuario.

jueves, 28 de enero de 2016

Estoy condenada a vos. Así lo quiera o no, es mi condena.
No me digan que es fácil decir chau y alejarse; no me recuerden lo lejos que debería estar. No puedo.

miércoles, 27 de enero de 2016

"Aceptamos el amor que creemos merecer", escuché alguna vez en alguna película perdida por Netflix y me la tatué en la mente. "¿Será cierto?", me pregunté y dos millones de imágenes tuyas matándome y haciéndome vivir me vinieron a la mente.

Cuando tenía aproximadamente once años, solo once años, ya tenía mi vida planificada: me cambiaría en la secundaria para seguir la modalidad que me gustase, posteriormente estudiaría la Licenciatura en Psicología, abriría mi propio consultorio, viviría de las historias de mis pacientes y me ocuparía de construir una familia grande, hermosa y llena de amor; a mis treinta con mi propio hogar conformado, quizás estudiaría otra carrera para no dejar que mi mente se reduzca a un solo campo y que siga ejercitándose... total, a mi siempre me gustó estudiar, según todos.

Como la mayoría de las cosas en la vida, lo planificado no siempre sale tan bien. Si bien al principio me hice caso y me cambié de colegio no solo por la modalidad (que realmente en ese momento no sabía muy bien de qué se trataba pero me contentaba con saber que se alejaba de Economía) sino también por el hermoso uniforme que debía utilizar, mi proyecto de vida armoniosa se fue desfigurando poco a poco. En mi último año de secundaria ya había cambiado el plan de estudios posterior a mi egreso, y postergué el sueño de la psicóloga con consultorio propio por la docente de Prácticas del Lenguaje y Literatura. ¿Qué me pasó para realizar semejante cambio? Ni idea. Un poco de inspiración de mi profesora de secundaria que me envolvió en la magia de la literatura y un poco de autoconvencimiento de ascenso social más rápido que el largo camino de la Universidad de Buenos Aires. De esa manera, por ese entonces, mi plan se había modificado de esta forma: terminaba el colegio, comenzaba el profesorado de Lengua y Literatura y a las dos años aproximadamente, con el 50% de la carrera acreditado (¡qué ilusa, por dios!) comenzaría a trabajar de lo que estaba estudiando; terminaba la carrera al pie de la letra a los cuatro años de cursada (podía extenderme un poco con el tema de los finales) y ejercía unos cinco, siete o quizás diez años la docencia. ¿Listo? No, no. Ahí no terminaba. Mientras agarraba un par de horas en el Estado, intentando cambiar el mundo desde el curso, otras horitas en el privado para tener un ingreso fijo por mes (no es que dudaba de la gobernación de la provincia, pero...), de paso iba metiendo una que otra materia en la UBA. Perfecto. Así era mi plan. Mi familia me aplaudía, mis amigos me felicitaban, mis profesores me decían que iba a poder.

Otra vez el plan tuvo que cambiar. Si bien sé que no todo tiene que ser tajantemente planificado (ya había hecho una publicación en este blog hace ya tanto tiempo respecto a ese tema), aaaaalgo de todo lo que quería hacer tenía que tener un orden, por lo menos una línea general a la que seguir. De esta forma, me metí en el profesorado creyendo que en dos añitos estaría dentro del aula ayudando a crear conocimiento. Tuve un primer año bastante bueno en el que las notas reflejaban a la niña nerd que siempre fui en mi etapa escolar. y el método de estudio aún no cambiaba, seguía intacto: como mi casa es grande, caben muchas personas en ella; como mi madre no nos suelta, todos los hermanos (que somos muchos) vivimos juntos. ¿Cómo hacer para estudiar en una casa de locos? Con dieciocho años la solución era trasnochar con un café y los apuntes haciendo mis resúmenes para cada parcial. Todo bien, todo ok, todo funcionó. En ese momento.

Cursé los dos primeros años y seguía todo bien, aunque ya el método de estudio no me estaba sirviendo, aunque ya las notas no eran las mismas, aunque ya los profesores eran más pesados y menos pedagógicos. Me hice la macha y continué, pero me estanqué en un par de finales... ¿a quién no le pasa?. Aterricé en mi tercer año y ya las noches no me rendían (o yo no rendía de noche). Los mismos finales estancados, las ganas ya desgastadas y las mil cosas para hacer constantemente. ¿Qué había pasado en estos años que había cambiado tanto mis planes? Ya la Licenciatura se veía lejos, lejos, lejos. Ni finalizadas las cursadas del tercer año conseguía el 50% de la carrera prometido. Eso sí, trabajé dentro de los cursos y me sentí útil.. un par de veces, por lo menos.

Este año comienzo las cursadas de mi último año, y no sé qué expectativas debo tener. No sé que tan bien me va a ir; no sé si llegaré a dar las materias atascadas; no sé si podré estudiar de día, de noche; no sé nada... y eso tampoco era parte del plan.

Sin embargo, hay una explicación para cada cambio, o por lo menos para la línea general que sigue mi vida. Hay algo que todavía no conté en este resumen tan pequeño y reducido de mi vida académica. Sé qué es eso que me hizo cambiar el orden de mis prioridades poco a poco. Sé qué es lo que me hizo reestructurarme: el amor.

En el 2012 encontré -o más bien descubrí- diferentes formas del amor que nunca antes creía que iba a ver, que iba a sentir, que iba a predicar. Me enamoré de un hombre y de una forma de vida. Del primero puedo arrepentirme millones de veces (de hecho, de vez en cuando lo hago), pero la segunda se la debo a él también. Si tan solo hubiésemos corregido un par de detalles a tiempo, si nos hubiésemos dicho determinadas cosas que hasta el día de hoy callamos, si hubiésemos sido un poco más sentimentales y no tan fríos entre nosotros. Si tan solo... esos detalles.. tan solos.

La forma de vida, prácticamente es entregar la vida a los otros. Y en eso no hay maldad, no hay codicia, no hay malas intenciones.Solamente cambiar el mundo, que no es locura ni utopía, sino justicia, diría nuestro querido Quijote.

Y así sufra, así llore, me enrosque, me sienta mal, la línea general me lleva a entregarme todos los días un poquito más.