Hay más de mi en un mundo encerrado.

Pues, yo te escribiré; yo te haré llorar. Mi boca besará toda la ternura de tu acuario.

jueves, 3 de octubre de 2013

La casa nueva era linda, mucho más lujosa que la anterior. Tenía pisos de madera bien brillosa, de ese brillo que casi lo encandila a uno sin dejarlo ver. Me gustaban los espejos que decoraban algunas paredes, como la del comedor principal, ese bien grande donde mamá dijo que vamos a comer cuando tengamos visitas porque "sabés cómo es, le encanta rodearse de gente pacata y soberbia*, ya lo vas a entender cuando te desenvuelva esa misantropía* tan tuya".  Había muebles por todos lados, en cada sala, en cada rincón. Mamá también me dijo que tendría una habitación para mí si me animaba a dormir sola. Por supuesto que acepté, aunque un poco de miedo todavía guardaba.
 La primera cena fue estupenda; usamos el comedor grande porque vinieron los tíos del campo a conocer la casa y al nuevo esposo de mamá. El tío Héctor trajo helado de vainilla y frutilla, como sabe que me gusta, y luego del postre se fueron. Era la primera noche en la casa nueva como la familia nueva que éramos.
 Mi habitación estaba casi al terminar el primer pasillo, y digo primer porque habían varios. Desde la escalera se podían ver solo dos: el primero con mi habitación y la de mamá más un baño, y el segundo con otras salas que no me atreví a conocer, porque al final, cuando el pasillo se bifurcaba*, la oscuridad era tal que parecía que un manto negro estaba colgado de rincón a rincón.
 Cuando mamá me mandó a dormir, después de lavarme los dientes, me hice la macha y no protesté. Era mi primera noche sola y mi corazón asustado lo sabía, y lo sabía tanto que sus latidos hacían que pudiera notarlos hasta por encima de las sábanas. Al principio pensaba en cosas lindas, como cuando fuimos al campo en el verano y jugamos con el primo Leo en el abrevadero* del fondo, o como cuando fuimos a comprar el helado de frutilla con Camila y se lo comió el perro. Me quería reír, pero pensé que iban a escucharme y me tapé la boca. Tenía la mano fría, como la de un muerto. Y ahí, al acordarme del frío de los cadáveres es que me volvió el miedo. No podía concentrarme en el recuerdo del abrevadero y ni siquiera en el gusto del helado. Mi corazón nuevamente quería salirse de mi pecho, mis manos sudaban asquerosamente y yo no sabía qué hacer. Si gritaba, me iban a retar; si llamaba a mamá, me iba a quitar la habitación que ahora era mía. Pero si ahora era mía, ¿de quién fue antes? ¿Y si la persona que dormía en esta pieza ahora está muerta? ¿Y si no quiere que nadie más se acueste en esta cama? Cerré bien fuerte los ojos convenciéndome con que sólo eran triviales* alucinaciones y pensé en el campo, en el cielo azul, en el sol que reverberaba* en las astas del molino enorme, y me dejé llevar.
 No sé en qué momento volvió el miedo, pero ya no podía evitarlo. Me tapé la cara con la sábana, pero la densidad de mi respiración me asfixiaba, así que nuevamente salí a la realidad. No podía distinguir dónde terminaba la cama, dónde estaba la puerta; jamás había visto una oscuridad tan negra. La habitación se me hizo más pequeña en ese instante, sentía que si sacaba un brazo de la cama podía tocar la pared derecha. Pero también creía que si sacaba un brazo de la cama alguien me lo arrancaría. Miré para el techo siempre pensando en el campo, en el pasto verde, como si fueran detractores* del miedo, y poco a poco empecé a distinguir sonidos. Mamá se levantó al baño, tenía que aprovechar cuando saliera para pedirle que me prenda la luz porque me sentía mal o porque quería leer o porque tenía un poco pero casi nada de miedo. Escuchaba todavía la canilla abierta, estaba esperando a que la cerrara para llamarla, pero no entendía por qué seguía cayendo agua, ¿ya salió mamá del baño? ¿Era mamá? quizás esta casa en realidad está habitada por fantasmas, quizás la familia que vivía antes está muerta pero vive por las noches: usan el baño, la cocina, caminan por los pasillos y duermen. Alguien va a querer dormir en mi cama, bah… la cama que es mía y de alguien más. Quizás viven en el segundo pasillo, y como a ellos no les anda el baño usan el nuestro. O quizás allá están los fantasmas.
 Mi pieza se seguía encogiendo cada vez que pensaba algo feo, cada vez que mi corazón estaba más decido a salir. Me parecía como si los rincones ya no existieran, sino que me había sumergido en un pozo, en un círculo interminable. Quería llorar pero me acordé que el tío Héctor una vez me explico que no hay que demostrarle a los perros que uno tiene miedo porque saben olerlo; quizás los fantasmas también huelen el miedo. Quería convencerme con que sólo eran irrisorias* minucias* que la oscuridad y el hecho de que sea mi primer noche sola me infundían*, que era normal que no me pudiera dormir en un lugar todavía ajeno.
Quería a mi mamá, extrañaba a mi papá. Quería la casa antigua, que aunque era pequeña no tenía fantasmas. Escuché más ruidos, como si estuvieran caminando en el pasillo acercándose a mi puerta. Mis latidos aumentaron y mis manos ya estaban mojadas. Era el fantasma que antes dormía en esta cama, estaba segura, iba a querer dormir y se iba a encontrar conmigo, y como a los fantasmas no les gustan los vivos me iba a matar, y yo no quería que me mate. Se escuchaban zapatos pesados, como si fuese un hombre muy grande que cada vez estaba más cerca. Me cubrí otra vez de pies a cabeza, me tapé la nariz y aguanté la respiración para que no me escuchara. Se abrió mi puerta, y yo ya estaba llorando; se acercó a mi cama, y apreté bien fuerte los ojos; se sentó al lado mío y grité bien fuerte:
 -¡Vení, mamá!
 -¡Era hora de que te levantaras!  -dijo su dulce voz-  Bajá a desayunar.

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